domingo, 14 de julio de 2013

La espera

"Cuando Prometeo abrió la caja de Pandora, de ella
se  escaparon todos los males. Menos uno. Ese mal
que quedó adentro es el peor de todos, y es la esperanza.
La esperanza es el peor de todos los males,
porque prolonga el tormento."
Friedrich Nietzsche             

¿Podemos ir en busca del tesoro eterno? ¿Aquella llama que flamea incandescente bajo la espuma del mar? ¿Permitirías, oh sagrada reina, acaso el sólo acceder a mis peticiones? ¿Cuál es el precio? ¿Y cuál la hazaña? 
Toma mi mano, dijo Ella. Escondámonos en la ciudad oculta, lugar oscuro y recóndito, custodiado por leones ávidos de sangre y carne. Llevaré yo, pues, la antorcha; fuego que bañaba el cuerpo de Aquiles, inmortal deseo de poder y soberbia. Yo seré la guía, vanguardia capaz de regir y gobernar. Ten, me dijo, sostén la llave del reino en tus manos. Espérame aquí, volveré al cabo de una noche primaveral, es menester rociar un viñedo, la ceremonia de Dionisos está a punto de comenzar. Tienes prohibido el acceso al Reino, al volver, si persistes aguardando mi llegada, concederé tu entrada a un baboso capullo. Tendrás, pues, que esperar. 
Esperé entonces pequeñas eternidades, infiernos vacíos y helados. Fueron minutos y horas primero los verdugos de mi ilusión más inmediata, días y semanas después. Preso fui de años y centurias, décadas. Mi piel ya desvencijada, fría y áspera frente a los avatares del viento y el granizo, jamás perdieron la esperanza y por ello el tormento fue aún mayor.
Tras una nublada noche de verano, cuando las estrellas escondidas y temerosas no osaron mostrar su luz intermitente, y mientras la tierra vomitaba los más pálidos vapores pariendo a una espesa niebla, se oyó un zumbido supremo y grave desde lo profundo de la oscuridad. Miles de abejas, obreras, ingenieras, laboriosas adictas a la reina de las reinas, con sumo placer transportaban a mi irónica amada. De los vestidos, con suma delicadeza, la guiaban. Dormida en el más profundo sueño iba Ella; o eso vieron mis lacrimosos ojos al contemplar la única perfección que verá el universo jamás.
La ilusión que socavó mi pecho perforó las impenetrables entrañas de mi ilusión, de la esperanza añeja en la caja de Pandora. Me percaté de la inocultable y terrible realidad de encontrarme solo en la cima de un infierno inabarcable, inconmensurable, inmenso, omnímodo. De saberme iluso y frágil, de comprender al fin que la ilusión es la nada misma, un velo atroz que el destino puso sobre mis hombros, mis ojos y mi frente toda. De entender que el sueño había acabado, verte en tu lecho recostada eternamente y viajando.
Hipotéticamente, si me doy por vencido ¿podré embarcarme hacia el destino omiso de nubes y perfume de rosas donde anidarás en el invierno próximo? ¿Aguardaras por mí? ¿Una vez más?